sexta-feira, 31 de julho de 2009

11 consejos para enseñar a pensar a los hijos


Fuente: arvo.net
Autor: Luis Olivera

1. Lo primero es actuar de acuerdo con la verdad de las cosas.

Enseñar a los hijos a no engañarse, a ser sinceros, a actuar con coherencia. “Podemos conocer la química cerebral que explica el movimiento de un dedo, pero eso no explica por qué ese movimiento se usa para tocar el piano o apretar un gatillo” (Marcus Jacobson).Y “no podemos abaratar la verdad” (F. Suárez), devaluando su valor, como si fuera época de rebajas.

2. Un segundo es que “el entrenamiento es una exclusiva de la inteligencia humana” (Marina).

Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás, como los borregos. Aprender a pensar es descubrir todo el inmenso poder que tiene la moda en el mundo y saber salir de la jaula mental en que puede encerrarnos. El pensador libre, es decir, el pensador, no debe sacrificar su libertad de pensar en el altar de la moda. Sacrificar la verdad en el altar de la moda es una de las perversiones más nocivas del pensador.. Sin embargo, con excesiva frecuencia se encarcela a la razón en la jaula de la moda. Entrenamiento y cultivo, dado que “la tierra que no es labrada, llevará abrojos y espinas, aunque sea fértil. Así sucede con el entendimiento del hombre” (Sta. Teresa de Jesús).

3. Ya que es imposible no equivocarse nunca, al menos, por utilidad y por deber, hemos de aprender de nuestras equivocaciones.

Si queremos aprender a pensar, deberemos descubrir el mundo tan humano del error. "Equivocarse es humano", descubrieron los antiguos. El error es el precio que tiene que pagar el animal racional.

4. Deliberar es la segunda etapa de la voluntad.

Seremos más inteligentes y más libres cuando conozcamos mejor la realidad, sepamos evaluarla mejor y seamos capaces de abrir más caminos. Sería un error pensar, observa Leonardo Polo, que el hombre inventó la flecha porque tenía necesidad de comer pájaros. También el gato tiene esa necesidad y, no ideó nada. El hombre inventó la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama.

5. Mantener abierta nuestra capacidad de dirigir nuestra conducta por valores pensados.

Hay que pasar del régimen del impulso irracional al régimen de la inteligencia. Más que enseñar a pensar, la función de los padres ha de consistir en motivar a los hijos para que quieran pensar, por cuenta propia. Con actitudes positivas, las niñas se comen el mundo; con actitudes negativas, el pensar aparece como algo cansino; el actuar, como mediocre.

6. Enseñar a tomar decisiones. La inteligencia es la capacidad de resolver problemas vitales.

No es muy inteligente quien no sea capaz de decidir, aunque dentro de su refugio resuelva con soltura problemas de trigonometría. Si convenimos que educar es, esencialmente, crecer en libertad y en responsabilidad, aprender a decidir bien resulta uno de los aspectos claves de esa tarea: cuanta más capacidad de decisión, más libertad.

7. “Debemos recuperar de los niños, y fomentarla, la sana estrategia de preguntar continuamente.

Las tres preguntas fundamentales son: ¿Qué es? ¿Por qué es así? y ¿Ud., cómo lo sabe? Aristóteles definía la ciencia como “el conocimiento cierto por las causas”. Pues, habituarse a formular por qués. Los padres deben estimular, motivar, comentar y promover el clima adecuado para favorecer los hábitos intelectuales de sus hijas.

8. La inteligencia que planteamos tiene que saber aprender y, sobre todo, tiene que disfrutar aprendiendo.

Formular preguntas que ayuden a ser más reflexivos, a interrogarse sobre el pensamiento: ¿Por qué piensa el hombre? ¿Has pensado por qué recuerda cosas? ¿Pensamos mientras dormimos? ¿Qué es lo que más te hace pensar? ¿Puedes pensar en dos cosas distintas a la vez? Leonardo Polo define al hombre como un ser que, no sólo soluciona problemas, sino que además se los plantea. En efecto, el ser humano progresa planteándose nuevos problemas y buscando solucionarlos.

9. La inteligencia debe de ser eficazmente lingüística.

Ya gracias al lenguaje, no sólo nos comunicamos con los demás, sino con nosotros mismos. La inteligencia no se parece a una colección de fotografías, sino a un río. Río e inteligencia “discurren”. Nuestra lengua natural, la materna, es un río donde confluyen miles de afluentes. "La pluma y la palabra son las armas del pensador" (JA Jauregui): aprender a pensar es aprender a tocar dos instrumentos del pensamiento: la pluma y la palabra.

10. Fomentar la lectura y controlar el uso de la TV.

Ya que hablamos del vuelo de la inteligencia, se trata de “ser más inteligentes que la TV” (Jiménez). Los libros “tienen que ser obras que alimenten la inteligencia sin dejar seco el corazón”. O sea, que deben iluminar la mente con la verdad y no sumirla en las nieblas de la duda o en la oscuridad del error” (F. Suárez).

11. Urge encontrar tiempos para reflexionar, para pensar, que es menos trabajoso y más barato que otras necesidades que nos creamos.

Sobre el sentido último de la vida, de las cosas, del hombre, de Dios. Cuando Unamuno dijo que solía ir a pasear con pastores de ovejas para aprender a pensar, para deshacerse de prejuicios y dogmas de escuela, todos se rasgaron las vestiduras. Sin embargo, Unamuno era sincero. Un pastor de ovejas tiene tiempo para pensar, para dar rienda suelta a su imaginación y descubrir nuevos horizontes filosóficos que no ha visto nunca ningún otro filósofo.Fernando Corominas dice que hay que “sentar” en la mente y en el corazón de los hijos las cosas buenas, antes de que les lleguen las nocivas. Es llegar antes, es educar en futuro. Siempre que nos abandonamos, retornamos a la selva. La selva de la que hablo metafóricamente es siempre una claudicación de la inteligencia.

segunda-feira, 13 de julho de 2009

Dizem que é a charge do ano...


Nossos hábitos alimentares estão melhorando?




Nós os pais mais velhos, fomos criados com a parcimônia do pós guerra. Nossos pais ofereciam-nos uma alimentação controlada, em mesa posta e em horários rígidos.
Não nos era permitido cortar salame ou queijo de qualquer jeito, havia regras. Pão novo só comíamos após acabar o velho. Aprendemos a desejar um momento de descuido para comer nacos maiores do que nos agradava. Jamais permitiram que ficasse depósito de açúcar no fundo da xícara.
Não lembramos de que nossos pais fossem ao médico com a queixa de que não queríamos comer nada. A comida era servida e comíamos e pronto.
Ao nos tornarmos pais, decidimos fazer diferente. A austeridade deu lugar à abundância, a ponto de não permitirmos que nossos filhos sentissem sequer sede. Não nos contentamos em servir a mesa, mas fiscalizamos e controlamos tudo. O pediatra foi torturado por queixas, deu consultas só para dizer-nos que nossos filhos estavam ótimos. Mandamos fazer exames de laboratório por medo de que estivessem desnutridos. Vimos nossos filhos ficarem maiores do que nós, porém, hoje, carregam consigo um arsenal de lanchinhos, garrafas d’água, gomas de mascar, na tentativa de não sentirem fome nunca. Abrem a geladeira, olham e, se faltar um ítem do que estão acostumados, dizem que não há “nada” para comer.
Nossos netos têm vícios alimentares inimagináveis na nossa infância. É obrigatório o consumo de biscoitos, salgadinhos de pacote brilhante, refrigerantes. As exceções são criticadas. Sanduíche de manteiga e geléia definitivamente não é sanduíche.
Hoje os pediatras tratam de colesterol, obesidade, depressão, excitação exagerada. As queixas dos pais são de que as crianças só querem comer porcaria.
Em meio a tanta oferta de maçãs lindas, enormes e suculentas, tão raras na nossa infância, estamos nos esforçando no sentido de despertar nas crianças o gosto por elas. Não adianta contar que fingíamos estar doentes na tentativa de que comprassem uma maçã para nós. Elas eram importadas, e caras. Hoje elas são mais baratas do que os pacotinhos de frituras malcheirosas.
Há perguntas que nos fazemos: será que estamos melhorando nos nossos hábitos? Estamos comendo bem? Podemos confiar nos rótulos das embalagens das “comidas de plástico” como Eduardo Galeano chama as “porcarias”?
O que vemos são salas de cinema transformadas em lanchonetes onde sentimos cheiro de gordura e ouvimos barulho de papel de bala. Será que mastigar o tempo todo faz bem? Não creio que queiramos voltar a comer pedacinhos transparentes de salame, mas os exageros também são condenáveis. Ou não?

sexta-feira, 10 de julho de 2009

Estou otimista

Quase sempre somos tomados por um sentimento de impotência frente aos problemas da cidade. A sociedade civil assiste, critica e não é empoderada de saberes e de poderes para interferir nas políticas públicas. Percebo agora, que esse empoderamento só acontece quando nós queremos e quando temos coragem de tomar posicionamentos. A democracia de verdade acontece quando os poderes contam com a participação ativa dos cidadãos, que podem interferir, podem ajudar e podem capacitar-se para incluir nas políticas a atuação de entidades e pessoas capazes e bem intencionadas. Estamos criando uma associação de voluntários, que serão capacitados para serem orientadores sociais, junto ao poder judiciário, para atuarem nas medidas sócio educativas em meio aberto, na liberdade assistida. Hoje ultimamos os preparativos para a capacitação, mandamos fazer o material publicitário que será colocado nas mídias lá pelo fim do mes. A alegria que se percebe durante o processo de elaboração do projeto é um sintoma de que as coisas vão acontecer efetivamente. Devemos a Mauro Gaglietti e ao IMED o pontapé inicial e o know how de que precisávamos para conseguirmos implementar nossas idéias e, por que não dizer, nossos ideais. Estamos entusiasmados e nos sentimos apoiados de todas as formas, o que nos dá um sentimento maravilhoso de otimismo e de dever cumprido. Um cidadão não pode contentar-se em ser espectador, mas deve querer ser protagonista da história da sua cidade, já que é na cidade o único lugar onde podemos atuar de verdade. Outro projeto que está acolhendo de fato a ajuda da sociedade é o Comitê Contra a Violência, primeiramente encabeçada pela Secretaria da Saúde e hoje conta com várias outras secretarias. Ontem recebemos uma representante da Unesco, que veio de Porto Alegre para conhecer o que já está sendo feito no Bairro Jaboticabal, eleito como plano piloto. Nossa entidade, a Escola de Pais do Brasil, está entusiasmada com a possibilidade e comprometimento do poder público de implementação do PIM - Primeira Infância Melhor, um programa que virou lei, pois acreditamos que crianças bem cuidadas por todos, inclusive pelas políticas públicas, são garantia de pacificação e de saúde mental. Estou otimista, muito otimista de uns dias para cá. Não é para menos, não é? Parece que o fazer bem feito está tomando o lugar das cores partidárias, coisa que sempre atrapalha na hora do vamos ver. Coisa boa, não?

Qualidade de ensino começa em casa




Os professores identificam com facilidade quais as turmas que os instigaram e quais as que tiveram como características o marasmo, o desinteresse e a dificuldade de aprendizagem. São capazes também de identificar quais os alunos que trazem de casa uma bagagem de entusiasmo e curiosidade.
Há turmas marcantes, nas quais se troca e se constrói conhecimento, de forma a que uns aprendam com os outros. Os que dizem não ter aprendido nada na sua faculdade, não fizeram parte de uma turma dessas. Os professores e as professoras, os alunos e as alunas, os funcionários e as funcionárias, a biblioteca e os recursos técnicos, compõem um conjunto que interage o tempo todo, onde nenhum elemento prescinde do outro.
Se perguntarmos aos integrantes daquelas turmas inesquecíveis, ouviremos que, de tão curiosos, de tão felizes por estudar, deram muito trabalho à faculdade, pois instigavam, perguntavam, pesquisavam e faziam barulho suficiente para que os professores procurassem novas formas de ensinar, o que ampliava os horizontes de todos.
Se perguntarmos aos professores dessas turmas, eles certamente lembrarão da generosidade com que um ajudava o outro, do clima democrático estabelecido a partir do compartilhamento de idéias e do trabalho que todo esse clima criava. E é com satisfação que lembram da procura por novidades, por novos horizontes e das sínteses construídas dialeticamente.
A educação para a partilha é algo que algumas famílias conseguem dar. Essas famílias contam com adultos que respondem às perguntas, mas perguntam também; com pessoas curiosas e sem respostas fáceis, mas que pensam e se informam adequadamente, fugindo do senso comum; são famílias nas quais um ajuda o outro, fazendo com que todos se sintam pertencentes e necessários; são grupos exigentes, que sabem o valor dos livros, da concentração e da disciplina necessárias para a execução das tarefas; e, são pessoas que reconhecem não saber tudo, pelo contrário, têm o hábito de aprender com o gari, com o taxista, com o motorista do ônibus, com o dono do armazém, assim como aprendem com os professores e colegas.
Os pais cujos filhos apresentam aptidão para aprender, generosidade para dividir o conhecimento e alegria para estudar, não ouvirão deles que sua faculdade é ruim, mas, passado o tempo, ouvirão que estão com muitas saudades do seu tempo de estudantes.
A excelência acadêmica é uma construção grupal, na qual não pode faltar o interesse genuíno por parte de todos e de todas, pois, não há como desperdiçar o tempo mais nobre de aprendizado, que é o da sala de aula. Esta prontidão para aprender abre múltiplos caminhos e é o mínimo que os jovens necessitam para a vida, e é o que os pais têm o dever de proporcionar aos seus filhos.